En el nombre del padre

???????????????????????????????Gladys Angélica Luna, tenía once años cuando su padre -militante barrial vinculado al peronismo- viajó desde Patagones hasta Bahía Blanca para cumplir con una citación de un tribunal por una causa que mantenía con un vecino. El 19 de julio de 1976 un empleado judicial le dice a Juan Félix Luna que no entiende porqué lo citaron dado que el litigio había concluido hacía un par de años declarándolo libre de culpa.

El mismo trabajador le sugirió volver rápidamente a su pueblo: «Mi papá sospecha de algo raro. Sale, pide un café en una confitería y en ese momento llegan unos autos de civil y una camioneta con señores de civil que piden que se identifiquen. Cuando llegan a su mesa, dicen que está en la lista y lo levantan. Se produce el secuestro. Lo llevan a una comisaría. A los días lo llevan a un lugar que va a reconocer como La Escuelita».

Gladys destacó en el juicio por los crímenes del V Cuerpo de Ejército que a diferencia de otrxs sobrevivientes que por mucho tiempo no pudieron hablar sobre sus cautiverios, su papá siempre relató lo que había pasado. «Esa noche lo torturaron y a los días identificó el lugar porque un guardia le levantó las vendas y reconoció características del sitio donde hizo el servicio militar». Durante los primeros interrogatorios le decían «acá tenemos otro amigo tuyo, otro guerrillero como vos», y le nombraban a un amigo de la familia.

En Patagones estaba Gladys junto a su madre y su hermano menor. Al otro día del secuestro llegó a su casa un tipo buscando a su papá por un trabajo. «Vi que estaba con otros hombres con armas largas en el auto». Cuando se fueron comenzaron a buscar a Juan «más detenidamente». Preguntaron en comisarías, en hospitales y desde Bahía les dijeron que «no está ni vivo ni muerto».

Cuando le contaron a Jorge Abel -el «otro guerrillero» por el que interrogaban a Juan en La Escuelita- enseguida opinó: «Uy, seguro al gordo lo secuestraron. Se lo llevaron los militares». Jorge pasaría por el mismo calvario un par de meses después.

Luego de varias visitas a la sede policial en busca de información, un comisario con quien mantuvieron una reunión gestionada por un tío de la bonaerense preguntó por la militancia de Juan y su esposa y sugirió a la madre de Gladys que abandonen su casa: «Esa noche que nos fuimos dieron vuelta la casa, rompieron la ventana, los juguetes, fue una tortura psicológica que recuerdo claramente porque a las muñecas les sacaron los brazos y las cabezas».

La incertidumbre se mantuvo hasta el 11 de septiembre cuando otro tío de la testigo que trabajaba en el correo de Patagones recibió un telegrama que Juan pudo filtrar desde la cárcel informando que estaba en Villa Floresta. Pudieron retomar el contacto hasta que lo trasladaron en avión a la Unidad 9 de La Plata junto a otros conocidos de Viedma como Tassara y Entraigas.

Un año después recupera su libertad y «comienza a contarnos lo que le habían hecho en La Escuelita. Nos cuenta que había personas con apodos, a uno le decían Abuelo, Perro, Laucha, Chamamé”.

El imputado Felipe Ayala fue identificado por varias de sus víctimas con el apodo Chamamé y según Gladys fue el que más contacto tuvo con su padre en el campo de exterminio: «Tiene contacto porque él siente que a veces le pone una pistola en la cabeza y le dice te voy a matar. Otras le limpiaba los ojos. Hacía de bueno o de malo».

«Una persona le entrega un papelito a mi papá. Chamamé lo lleva al baño. Cuando entra el hombre le saca las vendas, él mira el papel y lee ‘Nélida Deluchi’. Esta persona le había alcanzado a decir que tenía una hija por la cual sufría. (Ayala) le dice ‘rompé el papel’ y se lo saca de la mano. Él le pregunta si lo llevan para matarlo y Chamamé le dice ‘vos te crees que si te llevan para matar te voy a estar limpiando los ojos», agregó la testigo quien también destacó que cautivo y represor hablaban mucho sobre su abuelo que era correntino: «En una oportunidad le dijo ‘cómo el hijo de un correntino puede estar metido en esto'».

Al tribunal le llamó la atención la contundencia del relato de la testigo y Gladys explicó que «entre los 12 y los 15 es cuando más informaciones tuvimos. Después creo que la mente humana y la mía ya no quiso escuchar nada de eso. Él tenía necesidad de hablar. Comíamos un asado y nosotros le preguntábamos, iba contando. Había cosas  que cuando yo tomé conciencia de algunos relatos que eran muy lastimosos era como que no los quise escuchar más».

Camino a Catriel

Luna sostuvo que dentro del centro clandestino hubo homicidios: «Lo cargaron junto con los muertos en una camioneta. Los llevaron a un lugar y los empezaron a descargar. Siente que estaba vivo aunque muy molido, hace un esfuerzo y se sienta. Alguien lo vio y dijo ‘este está vivo’. Lo metieron nuevamente en la camioneta y lo llevaron».

Vendado, sintió que las otras «cuatro o cinco personas» cargadas en la camioneta estaban muertas porque «en el roce del cuerpo algunos ya tienen como duro, frío». «Sé que una mujer estaba en ese grupo porque sintió el pelo largo y lo tocaba», declaró Gladys y explicó que «los estaban descargando, los dejaban en un lugar común porque los levantaban y los tiraban al lado. Por lo que decía (su padre) era como un baldío, un descampado».

Por la fecha -principios de septiembre de 1976-, el tiroteo previo, la cantidad de víctimas, el descampado y la presencia de la mujer de pelo largo podría tratarse de las víctimas de la Masacre de Calle Catriel.

Entre las últimas horas del 4 de septiembre de 1976 y las primeras del 5 de septiembre, en Catriel 321 de Bahía Blanca, personal del V Cuerpo de Ejército -entre los que se encontraban los integrantes de la “Agrupación Tropas”- bajo la apariencia de un enfrentamiento montaron los cuerpos de Zulma Matzkin, Pablo Fornasari, Juan Carlos Castillo y Manuel Mario Tarchitzky.

Mujeres

El fiscal Miguel Palazzani y la querellante Mónica Fernández Avello preguntaron por la presencia de mujeres en el centro clandestino y Gladys contó que su padre tuvo mucho cuidado al hablar sobre el tema porque eran «relatos muy dolorosos».

Mencionó una chica por la cual se pelearon los guardias porque tenía pérdidas. «No sabemos si eran menstruales o estaba embarazada. Él había escuchado que había una chica embarazada. Los guardias dijeron ‘vos sos un hijo de… de dónde venís, no tenés madre, hermana, cómo la vas a dejar en ese estado’. Al otro día alguien trajo cancanes y algo para higienizarla».

La testigo opinó que el trato para hombres y mujeres «era igual» y recordó que su padre «cuando contaba lo que pasaba con las mujeres es como se sentía mal, al sentirse hombre y saber que las condiciones del otro género era más débil. Hay circunstancias de las mujeres que no las viven los hombres».

Persecución

La “persecuta” continuó hasta el regreso de la democracia por parte de la inteligencia policial de Viedma. Gladys comentó el seguimiento que les hacía el oficial Floridia, procesado por crímenes de lesa humanidad en la misma causa.

Juan buscó contención en la APDH de Viedma y relató los hechos mil veces aunque eligió no hacer la denuncia. Contó su hija que fue el más afectado por los hechos porque al poco tiempo de ser liberado se le declaró una diabetes que sobrellevó por años hasta producirle necrosis en los tejidos de los dedos de los pies y su amputación.

«Empezó a delirar, decía ‘me atan, por favor pedí que me suelten, me están atando con alambres de púa’. Me mostraba la cama del otro paciente en el hospital y me decía que había pis, que estaba todo sucio, que había materia fecal. Salud mental y los psicólogos nos dijeron que tenía una regresión sin saber la historia. Estaba reviviendo una situación traumática», cerró la testigo.

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