Juicio Subzona 14 I: testimonios para la memoria

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Sala del Colegio de Abogados (Santa Rosa, La Pampa) donde se llevaron a cabo las históricas audiencias del Juicio oral en 2010. Al fondo, el tribunal; a la izquierda, algunos de los acusados; a la derecha, las querellas, y al frente, el público asistente.

(OPERATIVO ARÁUZ: 14 DE JULIO DE 1976 – Edición e introducción: Guillermo Quartucci) En el histórico juicio oral Subzona 14 I, llevado a cabo en Santa Rosa, La Pampa, en la segunda mitad del año 2010, una parte sustancial de éste fue dedicada al Operativo Aráuz ocurrido el 14 de julio de 1976. Fue así como desfilaron ante el tribunal y los abogados, tanto querellantes como defensores, víctimas, testigos y represores, quienes a lo largo de varias jornadas brindaron su testimonio ante un nutrido público siempre atento a las palabras de quienes habían vivido de primera mano aquella escalofriante y absurda experiencia.

Las palabras recogidas de manera textual en este artículo fueron publicadas en diferentes medios gráficos de la provincia de La Pampa en sus respectivos portales digitales, apareciendo entre comillas lo expresado en primera persona por los declarantes y lo que no está entre comillas lo que el periodista de cada medio aporta al desarrollo de la nota. No hemos creído necesario especificar el nombre del medio ni la fecha en que la información fue publicada, aunque hemos tenido la preocupación de contrastar cada uno de los párrafos escogidos con las grabaciones de los testimonios que obran en nuestro poder, lo cual garantiza la fidelidad de los mismos.

Un primer elemento que llama nuestra atención al ver reunidos en unas pocas páginas estos testimonios es su carácter compacto y la unanimidad con que cada uno de los declarantes –sean víctimas, testigos o represores- hacen referencia a los hechos desde las diferentes perspectivas en que les tocó vivirlos, incluidas las  de los represores.

Unanimidad hay en lo que se refiera a que el Operativo del 14 de julio de 1976 no fue algo imprevisto, ya que numerosos testimonios hacen referencia a que desde hacía tiempo algunos vecinos de Jacinto Aráuz, que veían con recelo las actividades desarrolladas en el Instituto José Ingenieros por un grupo de profesores proveniente de afuera. Esta situación hizo que a partir de marzo de 1975, a través de una persona de nombre Méndez, según se observa en el testimonio de María Antonieta Lebed, las quejas por una supuesta infiltración marxista en el medio encabezada por el rector del Instituto fueron elevadas al SIN (Servicio de Inteligencia Naval) para que éste se encargara de la investigación pertinente. A estas denuncias siguieron las que posteriormente se elevaron a las dos misiones de la inteligencia pampeana que llegaron al pueblo, por encargo del SIN, para recoger información y testimonios de los denunciantes a fin de ir preparando el terreno para un operativo conjunto de militares y policías que se hizo efectivo el 14 de julio de 1976, hoy hace 41 años, 41 años en los que poco se ha avanzado en establecer de manera precisa la responsabilidad de los civiles que lo propiciaron aquella cacería de brujas. Las personas que colaboraron con los agentes de la represión figuran en los documentos de la inteligencia pampeana con nombre y apellido, y en el caso de los testimonios en el juicio oral, se hace referencia a ellos, muchas veces sin ser nombrados específicamente.

También es unánime, según se desprende de varios testigos que vivieron la experiencia del copamiento del pueblo, sin ser ellos mismos víctimas directas, acerca de la profunda herida que provocaron aquellos trágicos hechos: desconfianzas, recelos, dolor, angustia, impotencia, ruptura del orden social, una profunda herida que todavía no se cierra pese al silencio de la comunidad de Jacinto Aráuz y el tiempo transcurrido.

Ahora que el segundo juicio oral se aproxima, no está de más repasar lo que dejó como saldo el  primero, mientras hacemos votos para que esta vez, con la nueva información que ha llegado a nuestras manos, quede en claro el papel central que en el Operativo Aráuz jugó un puñado de civiles que todavía no han sido llamados a declarar.

VÍCTIMAS

Gustavo Brouwer de Konning (profesor)

 «A las 8 de la mañana, cuando llegué a la clínica, entró el comisario de Aráuz [Miguel Gauna], con otros policías, y me dijo que estaba detenido.

Encapuchado y esposado, fue sometido a un interrogatorio sobre ‘las ideas políticas de la población de Jacinto Aráuz’”.

“Delante de mis pacientes, fui tratado como un criminal”.

El operativo fue motorizado por “el chusmerío del pueblo” y la “paranoia” de las autoridades militares y políticas del momento, en virtud de un “rumor de adoctrinamiento marxista”.

Cuando le quitaron la capucha vio al militar que dejó en la clínica y al que no pudo identificar. Al que sí vio fue al [entonces] prófugo Luis Baraldini, jefe de Policía. Lo había conocido durante una charla «insustancial y antipedagógica» que había dado sobre prostitución en la vecina localidad de General San Martín.

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Luis Baraldini fue detenido en Bolivia en diciembre de 2011.

Recordó una inspección promovida por el Ministerio de Educación de la Nación, previa al operativo y las detenciones. Un inspector de apellido Olmedo Berrotarán se presentó en la escuela y concretó una “atípica inspección”. “Se encerró con mis alumnos en un aula”.

«Se hizo un inmenso daño a los alumnos. Jamás dieron las causas de lo que hicieron. Trataron como si fueran un foco infeccioso guerrillero a extirpar. A nosotros nos dañaron, pero el mayor daño fue para los alumnos».

«El procedimiento militar estuvo dirigido al colegio secundario» y se debió a «los chismes del pueblo». «Hubo persecución ideológica en un clima de paranoia inigualable».

Mirta Teresa Guidone de Brouwer de Konning (profesora)

En su casa hubo tres allanamientos realizados por más de medio centenar de militares y policías.

“Allí todo lo que era cambio sentaba mal. Y se tiene la idea de que lo malo llega de afuera. Los detenidos fueron todos de afuera del pueblo, gente que llegó de afuera”.

Carlos Samprón (rector)

Imprevistamente, golpearon la puerta y un uniformado lo esposó y lo encapuchó. De ahí fue a la comisaría y luego al puesto caminero, adonde también llegaron Ángel Álvarez y Víctor Pozo Grados, y escuchó los gritos del pastor [valdense] Gerardo Nansen. «Eso me llamó grandemente la atención porque era un hombre dedicado a lo suyo y a la comunidad».

“Decían se escapó uno [Quartucci]”, para relatar después los tormentos de los que fue víctima, tanto golpes físicos como picana eléctrica. “Sentía la corriente eléctrica, aunque no sentía el dolor por el shock”.

En una oportunidad en que fue sacado de la colonia penal [donde fue encarcelado], fue sometido a un interrogatorio y torturado con la modalidad de “submarino seco”, una “bolsa para sacarle el aire hasta que uno se ahoga”.

“Viví una parodia de un juicio legal. Le pedimos al Estado que nos pusiera un defensor oficial porque éramos insolventes. Nos designaron a Perotti, que nos dijo que comprometía su carrera política y que éramos zurdos”. No obstante, alcanzó a declarar varias horas ante el juez Walter Lema que lo terminó procesando como “responsable de la subversión ideológica y armada del sudeste de La Pampa y de pueblos vecinos”.

“Me enteré de que enfrente de mi casa había francotiradores y que el pueblo estaba todo rodeado”, aseguró el ex rector que a preguntas de las partes, respondió pidiendo la investigación de las “complicidades civiles y eclesiásticas que hubo en el hecho”.

“Yo no podía entender cómo en un pueblo de dos mil habitantes, un grupo de profesores podíamos ser enemigos públicos”.

En dos oportunidades lo trasladaron a una dependencia donde lo sometieron a la tortura del “submarino seco”, la bolsa en la cabeza que produce una sofocación cercana a la asfixia. Fue procesado por violación a la Ley de Seguridad Nacional y el 30 de marzo de 1977 quedó en libertad, sobreseído por el mismo juez Lema.

“Yo había visto a mi hijo tres veces. Cuando salí tuve que conocerlo de nuevo, porque al detenerme mi esposa todavía estaba en la cama ya que hacía cuatro días que había nacido”.

Ángel Álvarez (profesor)

En lo que dijo pudo ser la comisaría local, fue interrogado «con golpes, patadas y golpes en el estómago. Y algunas caricias y golpes sucesivos». También con «efectos de electricidad por las ingles y las partes bajas de las axilas».

Siempre las preguntas giraban en torno a acciones que eran tomadas como «subversivas», como cuando con un grupo de alumnos hizo una quinta en la plaza abandonada frente al colegio y algunos afirmaron que era «una pequeña Cuba».

María Antonieta Lebed (profesora)

En julio, cuando coparon la localidad, había nacido hacía pocos días su segundo hijo, Nicolás. Su casa fue requisada y no se salvó ni el moisés de su bebé.

Relató el periplo que tuvo que padecer para encontrar a su esposo; cómo buscó ayuda, a través de una familia amiga, los Malán, del médico René Favaloro, quien «negó cualquier apoyo», y cómo el intendente Adolfo Forestier la sacó de la casa que le alquilaba a la comuna en noviembre del 76, con sus dos criaturas, porque «había sido declarada persona non grata en el pueblo”.

forestier

También recordó el trato que tuvo en el Juzgado Federal a cargo de Walter Lema, cuando intentaba que avanzara la causa por «subversión» que le habían iniciado a su esposo. «El abogado defensor Perotti resultó ser un personaje bastante siniestro».

«En la primera conversación que tuve con Perotti lo primero que me dijo fue que yo era una comunista de Barrio Norte», afirmó sobre el abogado. «Me asustó diciéndome que iba a ir a la cárcel y que no sabía por qué no me habían llevado todavía, y que en cualquier momento me podrían agarrar».

“El operativo se originó en 1975 por una denuncia de una persona de apellido Méndez al SIN (Servicio de Inteligencia Naval). A Jacinto Aráuz llegó más tarde el policía Fiorucci, quien recibió las denuncias de varios vecinos, entre ellos la directora de la escuela primaria. Los informantes se reunieron con él en la casa del farmacéutico Munuce”.

Ante la pregunta de uno de los abogados querellantes acerca de si hubo alguna mujer detenida durante el operativo, refirió el caso de la profesora de literatura [no recordó su nombre, Estela Estévez], a la que llevaron a la comisaría, donde fue manoseada. “Ella me lo contó después de que la liberaron varias horas mas tarde”.

“Finalmente, todos fuimos despedidos de nuestros puestos por una orden que venía de la SNEP (Superintendencia de Enseñanza Privada) que nos inhabilitaba indefinidamente para trabajar en la docencia”.

Estela Carmen Estévez (profesora)

La profesora Estela Estévez, que enseñaba en el colegio secundario José Ingenieros de Jacinto Arauz, relató que la detuvieron y durante todo un día, esposada, la interrogaron. Después la soltaron, pero durante 10 años no pudo trabajar.

Estévez dijo que el comisario Miguel Gauna fue quien la llevó a la celda. Gauna estaba en la comisaría mientras se desplegaba el operativo de detención de los profesores y directivos del colegio José Ingenieros, el miércoles 14 de julio de 1976.

La docente estaba con los alumnos. «Me sacaron de la clase, me esposaron y me encapucharon».

Víctor Aldo Pozo Grados (profesor)

Estuvo un año preso y, al salir en libertad, se quedó sin trabajo. Luego de que lo liberaran, en su vuelta al pueblo, el gerente de la Cooperativa Nuestra Casa le pidió un «certificado» que indicara adónde estuvo todo ese tiempo y de este modo justificar su ausencia.

La justicia le inició una causa penal. El juez federal era Walter Lema y el defensor era Raúl Pedro Perotti. «El defensor hacía de juez subrogante. Es aberrante. No sé de abogacía, pero que el defensor haga de juez es aberrante…».

Fue interrogado, a cara descubierta, por Fiorucci y Cenizo. En Santa Rosa fue torturado por ellos, vendado, y los reconoció por la voz.

Élida Schwindt de Pozo Grados (esposa del anterior)

Cuando volvieron a buscar a Pozo Grados «abrí la puerta y me estaban apuntando, eso no me lo olvido más”.

Con el retorno de su marido al hogar, les costó volver a llevar una vida normal: «Estuve dos años sin salir de casa, quedamos muy mal anímicamente».

«Lo que pasó fue muy triste. No nos recuperamos».

Raúl Delbés (profesor)

El testigo Delbés relató que al día siguiente de la «toma» del colegio lo citaron a la comisaría para que declarara. Le hacían preguntas sobre el resto de los docentes y el director: «Si hablaban de política, marxismo, comunismo».

Cree que en el trámite estuvo presente Luis Baraldini: «No voy a olvidar esa imagen de uniforme militar». El que lo interrogaba estaba a sus espaldas: «Tenía una voz fuerte que daba miedo».

Después de esos acontecimientos siguió dando clases en el establecimiento, «pero ya no fue lo mismo… hubo muchos cambios, es difícil explicarlo, quedaron temores, se perdió la confianza».

Guillermo Quartucci (profesor)

“Los que nos denunciaron fueron: Ricardo Rostán, Irma Rodríguez de Matir, Gregorio Matir, Adelmo Luis Goy, Rubén Garciandía y Omar Néstor Munuce”, mencionados también en los testimonios de otras víctimas. Todos ellos figuran en la Causa 482/76.

Gladis Holtz de Negrín (secretaria)

Opinó que los docentes fueron detenidos porque “habían traído un aire distinto”.

«El dolor y la terrible impresión que nos causaron, duró muchos años», afirmó.

“Detuvieron a todos los que habían venido de afuera. Siempre me pareció que eso era un dato».

“Lo cierto es que luego del procedimiento nos dejaron una escuela al borde del cierre».

Declaró ante el juez federal, Walter Lema, que se trasladó hasta Aráuz y la indagó sobre el perfil ideológico de los docentes.

“Tuvimos que quedarnos a sostener el desastre que esto provocó: familias rotas, enconos entre vecinos, alumnos molestados, y seguían preguntando lo mismo”.

Oscar Bertón (hijo de víctima y alumno)

Su padre, fallecido en 1984, también secuestrado y encarcelado, antes de morir dejó asentado frente a escribano público, que supo de varios civiles que fueron quienes lo denunciaron. Dio, entre otros, los nombres de Ricardo Rostán y una señora de apellido Matir. Estuvo 45 días preso y  fue torturado en la comisaría, en el Puesto Caminero y también en Santa Rosa.

Oscar Bertón reveló que para que su padre [miembro de la comisión de padres de la escuela] quedara libre le hicieron firmar una declaración donde se hacía responsable de armar un grupo guerrillero. «Él no quería firmar porque no era cierto, pero era la condición para salir».

Después del procedimiento la comunidad cambió y su padre también. “Tenía miedo de juntarse con amigos para no comprometerlos”, explicó. «De un día para otro éramos comunistas y guerrilleros marxistas».

Tenía con su padre una relación “casi de un amigo”. Después, su padre “guardó un silencio absoluto. A partir de ahí dejó de ser la persona que era”.

“Me enteré de que éramos todos marxistas, guerrilleros, comunistas. Éramos un grupo de gente que después de lo que pasó teníamos lepra, más o menos”.

Graciela Bertón (hija de víctima y alumna)

 «Mi papá, cuando salió, era otro. Me devolvieron la cáscara».

«Estaba en carne viva al salir de la cárcel».

«Creo que se tragó todo. Por eso se enfermó».

Samuel Bertón murió el 27 de enero de 1984, víctima de un cáncer.

“A mí, que estaba en segundo año, mis compañeros, que eran hijos de los que habían hecho las denuncias, se dedicaron a atormentarme”.

Ana Isabel Herrera de Bertón (alumna)

“Hicieron ir a compañeros míos con las carpetas a la comisaría”.

Yo no fui a declarar, no sé por qué. Gloria Dalmás y María del Carmen Subotich que fueron convocadas me contaron que estaba el comisario (Miguel) Gauna sentado y otras personas. Les revisaban las carpetas y les preguntaban a qué íbamos al campo [eran prácticas rurales] o por qué aparecía la palabra marxismo en las carpetas”.

Después de las detenciones, siguió vinculada a los familiares de los detenidos, que viajaban a Santa Rosa para visitarlos. Por eso se enteró muy pronto de las torturas.

A Bertón, un simple mecánico que “participaba en instituciones del medio, como tantos otros vecinos”, le resultó incomprensible que hubiera delatores en una localidad tan pequeña.

“Nos marcó mucho hacia el futuro. El miedo, los cuidados, el temor de con quién relacionarse”.

María del Carmen Subotich (alumna)

Los alumnos fueron «apuntados con armas» por los militares que coparon el Instituto José Ingeniero de Jacinto Aráuz: “Abrimos las ventanas y soldados nos apuntaron con sus armas. Abrimos la puerta y también nos apuntaron», afirmó.

Se publicó una circular en el colegio. «No se podía tutear a los profesores, las chicas debíamos usar vinchas y el pelo de los varones no debía tocar el cuello de las camisas».

Jorge Malán (testigo)

Contó que en otra ocasión en que acompañaba al intendente de Aráuz Adolfo Forestier a Casa de Gobierno, un jefe militar de apellido Olascoaga los recibió e interrogó sobre las actividades subversivas en el pueblo y les adelantó que se realizaría un procedimiento que ocurrió efectivamente, pero 10 días después del aviso. Malán había alcanzado a advertir de esta posibilidad a Samprón.

Apuntó directamente a Roberto Fiorucci, como quien según los rumores pueblerinos se había encargado de hacer un “trabajo de inteligencia”. También Fiorucci fue quien encabezó el operativo que detuvo a Víctor Pozo Grados, otro profesor del secundario, secundado por una comitiva militar.

Su relato estuvo también referido a la conmoción por la presencia militar en el  “copamiento” de la escuela y a que en una ocasión le tocó atender “al Mayor Baraldini, con un sobretodo negro, que le pidió revisar su casa”.

Luis Carlino (médico de la Sala de Primeros auxilios)

Cuando lo torturaron en la comisaría, afirmó que el comisario Miguel «Gauna estaba por ahí» y que fue él el que lo arrestó.

En su declaración dijo que les molestó que dijera en un bar: «La payasada que le hicieron hacer a nuestro querido Ejército Nacional para agarrar a cuatro profesores».

Después de que salió de la cárcel fue tratado “como si fuera leproso” y no consiguió más trabajo.

POLIC ÍAS TESTIGOS Y REPRESORES

René “Chaleco” Giménez  (policía)

chaleco

Giménez declaró como testigo en el primer juicio Subzona 14 en 2010.

«Cenizo, Reta, Reinhart decían que trabajaban en Subzona 14», dijo al comenzar su declaración en el juicio de la Subzona 14. También admitió que participó del operativo de Jacinto Aráuz.

Relató  el momento de la detención del profesor Guillermo Quartucci: «Es peligroso», le dijeron.

Giménez fue señalado por varios testigos como uno de los integrantes de la Subzona 14.

En una declaración desafiante, admitió participar del operativo de Jacinto Aráuz y que estuvo en la Seccional Primera.

Ernesto Ale (policía)

Era el oficial de guardia de la Comisaría de Jacinto Aráuz el día del operativo militar.

El día del operativo vio en la comisaría a Omar Aguilera, Roberto Fiorucci y Carlos Reinhart. Contó que hubo estudiantes del secundario en la comisaría, aunque no recordó si estaban en calidad de detenidos.»Los hacían pasar y les tomaban declaración».

Ale afirmó al comenzar su testimonio que a los detenidos “golpear… no se los golpeó (en la comisaría), ni nada. Durante el horario que estuve yo, no pasó nada”. Pero después, cuando se le pidieron más precisiones sobre cómo eran interrogados, no tuvo respuestas.

Estaba en la guardia y los detenidos iban llegando e ingresaban en las otras salas de la comisaría.

Entre los policías “había gente de Santa Rosa” y recordó que estuvieron Roberto Omar Aguilera, Fiorucci.  Dionisio Gualpas, Constantino, Cenizo, Reinhart, Aguilera, Constantino. Todos estuvieron en Aráuz”.

Miguel Gauna (comisario de Aráuz desde junio de 1976)

Gauna era jefe de la Comisaría de Jacinto Aráuz cuando se desarrolló el operativo de detención de los docentes del Instituto José Hernández. En este caso también desligó su responsabilidad. Dijo que del operativo ni siquiera le habían avisado y que, cuando llegaron los policías y soldados, el oficial Constantino le ordenó que cortara algunas calles, que «ellos» harían «el resto».

Después, recordó, participó en los rastrillajes que se realizaron en algunos campos y caminos de la zona, luego de la fuga de uno de los detenidos (Guillermo Quartucci) que estaba alojado en el Puesto Caminero.

Uno de los defensores le recordó que en 1985, ante un Tribunal Militar, había declarado que el coronel Fabio Iriart dirigió el operativo en Arauz. Al tomar vista de aquella declaración, el testigo reconoció sus dichos y su firma.

“Iriart, Constantino y Baraldini estuvieron en Aráuz”.

Vito Maccarini (comisario de Arauz hasta junio de 1976)

Mostró a los jueces un documento que confirma que fue el jefe de la comisaría de Jacinto Aráuz hasta el 3 de abril de 1976. Fue reemplazado por Miguel Gauna, quien preparó el terreno para la detención de los docentes.

Roberto Constantino (jefe de la Unidad Regional I en los 70)

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Dijo que el único procedimiento que hizo fue en julio de 1976, en Jacinto Aráuz. Pero cargó la responsabilidad en el personal militar. «Fue el único procedimiento en que intervine personalmente, cuando estuve de delegado de la Subzona 14. Y mi tarea se limitó a suministrar personal y vehículos», dijo. «Mi tarea se limitó a trasladar a los detenidos hasta el puesto caminero, para luego ser trasladados a Santa Rosa».

Expresó que, luego del procedimiento, hicieron un asado en Aráuz. «El comisario (Miguel) Gauna nos dijo que el asado era pagado por vecinos de Aráuz, que agradecían que todo volviera a la tranquilidad», dijo. Fabio Iriart y Luis Baraldini viajaron en avión para participar del asado, según manifestó.

“En Arauz los militares hicieron una operación rastrillo en abanico para buscar al fugitivo Quartucci”.

Néstor Cenizo

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“Yo era muy joven y desgraciadamente me tocó estar en el lugar y el momento equivocados”.

“Los detenidos de Jacinto Aráuz no estuvieron a mi cargo”.

”De ese procedimiento, mi función fue actuar de enlace radial con el jefe de la policía, Luis Baraldini, interesado en seguir los pormenores del operativo, y luego intervenir en la búsqueda del profesor que logró fugarse, Guillermo Quartucci”.

Roberto Fiorucci

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“Se hizo un operativo monstruoso de dos días para buscar al fugitivo Quartucci. Los militares estaban recalientes con la fuga. Lo buscaron por todos lados”.

“A Reinhart, Cenizo, Reta y a mí se nos abrió una causa por la evasión de Quartucci”.

Reflexión final

Jacinto Aráuz no ha saldado cuentas con el pasado. Los vecinos que  propiciaron aquella pesadilla han pasado, en su mayoría, a “mejor vida” sin haber asumido la responsabilidad del pandemónium que desataron con su cacería de brujas. Los que entonces eran adolescentes son ahora adultos que superan la cincuentena, de modo que está en ellos la responsabilidad de que se conserve en la memoria del pueblo que tan orgullosamente proclaman “de Favaloro” ese momento oprobioso de su historia. Los y las que transitaban, en aquella gélida mañana de julio de 1976, las frías baldosas de la Comisaría local, a cargo del comisario Miguel Gauna, centro no tan clandestino de detención y torturas, deberían tomar conciencia de la importancia de su testimonio como testigos de lis abusos que ahí se cometieron. Sin embargo, han optado por guardar silencio. Tampoco la justicia de La Pampa se ha pronunciado respecto de sus colegas de los años de plomo (Carlos Walter Lema, juez federal; Eduardo Páez de la Torre, secretario; Pedro Raúl Perotti, juez federal subrogante, y Jorge Francisco Suter, procurador fiscal general) y el oprobioso papel que jugaron como cómplices de la dictadura en aquel genocidio diseñado en las oficinas, salones y despachos de los civiles que siempre se han creído los dueños del país.

La Argentina muestra signos de un peligroso retroceso a la barbarie, y en Jacinto Aráuz seguramente eso les ha de hacer sentir alivio. Pero la historia vuelve cíclicamente, mal que les pase a quienes querrían detenerla para siempre en los momentos en que la palabra y las acciones novedosas son consideradas peligrosas, como fueron considerados peligrosos quienes, con sus postulados, abogaban por un mundo mejor.

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