Cruciani «era uno más en la comunidad»

Néstor Hugo Navarro tiene 77 años, es obispo de la Iglesia Católica y declaró esta mañana en el marco del juicio por parte de los crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Comando V Cuerpo de Ejército.

Desde agosto de 1975 estuvo al frente de la parroquia Nuestra Señora del Carmen en Sánchez Elías aunque, por entonces, su denominación era iglesia Independiente. Allí desarrollaba las tareas habituales de una parroquia «excepto Cáritas que la tuve que fundar para completar los ministerios propios de la iglesia”.

El torturador e interrogador del centro clandestino de detención y torturas “La Escuelita”, Santiago “Tío” Cruciani, bajo su alias Mario Mancini, se infiltró en la comunidad parroquial y según Navarro “se hizo tan familiar que era uno más».

El testigo era profesor en el Seminario cuando en Cáritas «las cosas fueron complicándose» porque el arzobispo lo nombró responsable de la atención de los refugiados políticos que llegaban de Chile. Algunas gestiones las realizaba en forma conjunta con el pastor Aníbal Sicardi de la Iglesia Metodista.

Recordó los ataques sufridos por la Escuela Nuestra Señora de la Paz durante 1975, de la que era representante legal. Apuntaban a la religiosa de la Compañía de María, Norma Gorriarán. El 21 de marzo de 1975, cuando lo mataron al padre Dorñiak, la buscaron a ella pero no se encontraba en la ciudad. En abril insistieron pero Navarro viajó a Buenos Aires para pedirle que no regrese. Mientras estaba en la capital, el 30 de abril, colocaron una bomba en la parroquia que ya había sido allanada.

«Ya había sido secuestrada Mercedes Orlando (ver su teque era maestra en la escuela y, como había bastante inseguridad para no arriesgar más a la gente, presenté la renuncia y el obispo me pidió que me vaya de Bahía Blanca». A su regreso fue nombrado en Nuestra Señora del Carmen.

Del grupo de sacerdotes que se reunía los viernes «para preparar las homilías y el trabajo pastoral» quedaban sólo dos: “Al padre Santechia de la congregación salesiana, lo mandaron al exterior; al padre Stochetti al sur; los padres Biancucci y Barreto ya no estaban; el padre Zamorano fue al que le pusieron la bomba; de ese grupo quedaba el padre Segovia y yo».

Segovia vivía con su madre en Bahía Blanca, le pusieron una bomba y unos meses después ametrallaron la casa, «entonces el obispo me pidió que me fuera». Navarro no sufrió atentados personales, las amenazas escritas que recibía eran firmabas por el «Comando Juan Molina».

El fiscal Abel Córdoba le preguntó si alguna de las jóvenes que concurrían a la parroquia fueron víctimas del terrorismo de Estado, el religioso respondió afirmativamente y repasó: «Estaban en Cáritas conmigo, Diana Diez, Patricia Gastaldi que era asistente social y su esposo -con menos presencia- Horacio Russin. Teníamos nuestros ingresos a través del trabajo que queríamos generar, uno era usar un mimeógrafo (…) los que estaban encargados eran Eduardo Ricci y Néstor Grill, los dos desaparecidos».

A Carlos Roberto Rivera lo identificó como uno de los preceptores que estaban a su cargo en el Colegio La Asunción y mencionó que conocía a su señora también. Nelly Scagnetti fue justamente quien lo llamó el 2 de octubre para decirle: «Se llevaron a Carlos».

«Al mediodía, como todos los sábados almorzaba con Patricia y Horacio Russin, fui para comentar esta situación y me encontré con una hermana en la calle y me dijo ‘Los chicos no están'», aseguró Navarro. Por la tarde, fue a bautizar a más de una decena de niñas en el Cotolengo y antes de comenzar alguien le dijo que se los habían llevado.

Sobre el secuestro de Mercedes Orlando, comentó que fue el 21 de marzo del ’76 y «como era el responsable del Colegio» se «preocupó» pero ella «regresó enseguida».

“Venía a conversar cosas de la iglesia”

«La iglesia del Carmen era muy periférica, no tenía la cantidad de gente que tiene ahora. (…) A mediados del ’76, vi una persona alta con gamutón apoyada en apoyabrazos del último banco, yo estaba predicando y lo vi. Era extraño para mí, no era habitué», declaró el cura.

Al salir lo vio enfrente, luego el hombre siguió al sacerdote por varias cuadras. Navarro llegó al Colegio La Inmaculada donde daba catequesis y le informaron que alguien había pedido una audiencia con él. El hombre que lo había seguido hasta allí era el suboficial del Ejército Mario Mancini que «venía a conversar cosas de la iglesia». El militar le dijo que lamentaba mucho que el padre Segovia se haya tenido que ir.

En agosto, un integrante de la iglesia recibió un anónimo con letras de diarios exigiendo que «saquen» a Navarro o lo iban a hacer ellos porque denunciaban que estaba recibiendo dinero de Cuba.

Los tiene la marina

A Mancini «le pregunté por Horacio Russin y me dijo que lo tenían los marinos y le pregunté también por Diana Diez porque era muy amigo de la familia, me dijo que iba a salir pero que no lo tenía el Ejército sino la marina y por Néstor Grill (…) y me dijo una vez conversando que la noticia era que en Cáritas se hacían los panfletos de Montoneros.

El testigo relató que habló con los padres de Néstor Grill. Lo recuerdo como un joven «muy inteligente», «muy medido en sus palabras», de «fácil relación». Cuando le dijeron que «estaría» en la marina contactó a los padres nuevamente y les dijo «por qué no damos una vuelta en el coche y conversamos sobre Néstor”.

“Me contaron que habían estado en la Base Naval y les habían dicho que un muchacho tan bueno como Néstor se lo habían llevado los Montoneros. Yo les digo que insistan. A ellos les habían dicho que no se movieran para no comprometer más la vida del hijo». Después supo que cuando murió el papá, la mamá se fue con el otro hijo y cuando salía le dejaba un cartelito a Néstor diciéndole que ya volvía.

“¿A quién iba a alertar?»

Una vez, a una mujer llamada Perla que «tenía el esposo preso» y estaba hablando con Mancini, le advirtió quién era. La abogada querellante Mónica Fernández Avello le preguntó si hizo lo mismo con el resto de la comunidad y el obispo respondió: «A quién iba a alertar si yo era el investigado, honestamente en la medida que podía y veía, pero después se hizo tan familiar que era uno más de la comunidad».

El obispo sostuvo que Mancini «estaba en Inteligencia» y que «se fue como agregado militar a Lima y después como que desapareció, nunca más lo vi. En el ’77 nació su hija que se bautizó en la parroquia del Carmen”.

A Elisabeth Frers la conocía porque estaba en la Pequeña Obra y porque «cuando tuve que irme, me lleva la mamá de María Clara Ciochini, a Eli y a mí».

-¿Qué curso le daba a esos reclamos? -preguntó el fiscal en referencia a las consultas de familiares.

-Qué iba a hacer, si el investigado era yo. A dónde iba a ir. ¿A qué justicia?

-¿A las autoridades eclesiásticas no lo elevaba?

-No, no… Yo… No. Creía que era responsabilidad mía. Siempre asumí que el párroco era responsable de la comunidad en donde estaba. (…) No de otros.

-¿Cuál fue la política seguida por la curia local?

-No sé, realmente estaba, en ese momento, en esa iglesia y no estaba más en Cáritas.

Siguiendo las preguntas del fiscal Córdoba –que partían de las reiteradas menciones que hicieron testigos acerca del rol de Mayer y Ogneñovich-, Navarro respondió que solo tenía acceso a ellos «en las reuniones de presbiterio o cuando iban a la parroquia para alguna actividad sacramental como son las confirmaciones». Con los capellanes militares dijo no tener ninguna relación ni se le ocurrió acudir a ellos para pedir por alguna víctima de la represión.

-¿Tenía miedo de recurrir a autoridades eclesiásticas? -preguntó la abogada Fernández Avello- ¿Se sentía defendido?

-Yo, personalmente, defendido sí porque cuando me ponen al frente de la parroquia pensé, un lugar bastante difícil (…) con muchas puntas pastorales porque estaban los universitarios, los obreros, los secundarios, no eran fáciles esas pastorales (…) tenía un conocimiento previo y asumí esa tarea sin dejar de reconocer que era un lugar riesgoso. Por eso le agradecí a monseñor Mayer que él me haya puesto al frente.

La abogada también le consultó si conocía al cura Dante Inocencio Vega. Navarro lo conocía «porque era del presbiterio y después vivía en el Seminario» y sabía que era capellán del Ejército pero recién se le ocurrió que podría haberlo consultado por las personas desaparecidas de su comunidad cuando se lo preguntó esta mañana Fernández Avello.

3 respuestas a “Cruciani «era uno más en la comunidad»

  1. No dejo de preguntarme por que causa la Iglesia no colaboró en la localización de los detenidos despararecidos si tenian acceso a información certera?

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  2. Hay aquí una inexactitud que me atañe. La única Perla en los grupos juveniles de la Iglesia en Bahía Blanca y que concurría a la capilla de Sánchez Elía, y que además tuviese un marido preso era yo: Perla Barnes. A Cruciani lo conocí en mi casa el día 21 de octubre de 1976 dos días después del secuestro de mi marido. Vino a decirme lo que se sabía de mí, que a Julio lo tenía él y que no intentara buscarlo o hacer Hábeas Corpus. A partir de ese día nunca más ví a Navarro. Nunca Navarro me pudo recomendar absolutamente de nada porque a partir de ese secuestro y de las acciones para buscarlo yo ya sabía quién era este Nestor Mancini. Lo que sí supe es que Navarro confesaba y absolvía de sus pecados a este personaje.

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