“Estoy en paz”

Comenzó este miércoles una nueva audiencia en el juicio por crímenes de lesa humanidad contra 17 represores del V Cuerpo de Ejército. El abogado defensor Hernán Vidal solicitó las filmaciones de la sesión de ayer para denunciar al Tribunal Oral ante el Consejo de la Magistratura por entender que fue «agraviado» por los jueces.

Además sumó a su cuestionamiento, una supuesta parcialidad de los magistrados al decidir anoche la detención del testigo Carlos Lorenzo Ravi, ex policía bonaerense, por falso testimonio en torno al secuestro de Norma Robert en Carhué. El pedido de las imágenes de la audiencia del martes fue rechazado por el fiscal Abel Córdoba.

Luego de este planteo, inició su declaración el ex concejal Julio Ruiz, sobreviviente de La Escuelita que en 1976 vivía con su esposa y sus tres hijos y trabajaba en la cervecería Santa Fe. «Tenía y tengo militancia política desde los 18 años, en la JOC (Juventud Obrera Católica) y en el peronismo de base, hoy en día también milito».

 El 24 de marzo del 76, cuando los trabajadores ingresaron a la cervecería donde trabajaba a las 6 de la mañana,  se encontraron con la alegría del superintendente de la fábrica que los recibió advirtiéndoles que «ahora mandamos nosotros».

 Julio siguió concurriendo algún tiempo después del golpe aunque «conocía por otros compañeros que había situaciones difíciles con los trabajadores».

Fue secuestrado la mañana del 19 de octubre luego de realizar una volanteada con otros militantes del Peronismo de Base en ocasión del 17 de octubre. «El 19 entraba a la tarde, estábamos reunidos con mi familia comiendo. De golpe se abrió la puerta, era un uniformado, había dos, uno era muy grandote. El otro era chiquito, morocho».

«Me dieron vuelta y me golpearon con un arma, me produjo una herida. Me taparon los ojos con un repasador. Me pedían documentos. Me mandaron a la habitación de los chicos y me preguntaron por mi militancia. Con el cable de un velador me pasaron electricidad», declaró Ruiz.

Fue trasladado en su propia Citroneta siguiendo «un periplo por la ciudad» que incluyó varias vueltas sin conocer el destino. «En determinados momentos ellos comentan ‘Mira estos recién salen, me di cuenta que era el Tu y Yo’ (…) Ahí me di cuenta que iba para La Escuelita».

“En carácter de muertos”

Cruzaron una tranquera, recorrieron un corto camino de tierra y lo metieron en una habitación a los golpes. «Me sentaron en el medio, alrededor había gente, empezaron a golpearme y me preguntaban si era oficial montonero». Después llegó un personaje que no pudo ver pero escuchó, al que le decían «Tío»: «Aparte de ser un torturador era un cuadro político, sabía de lo que hablaba».

En otro espacio del chupadero fue tirado sobre un elástico, atado con los brazos en cruz y picaneado con un cable. «Era como un electroshock, te ponían alambres en la sien. Eso producía un dolor tan intenso que se te cerraban las amígdalas. La lengua se hinchaba».

Le preguntaban por sus compañeros y su militancia. Cruciani llevaba la voz cantante. Había otro más salvaje aun al que le decían «Pelado». «En un momento me desmayé. Cuando volví, escuché como éste los retaba, decían que no me querían muerto».

Esposado lo pasaron a una habitación mayor donde había otra gente. No les permitían hablar entre ellos, igualmente pudo reconocer a su compañero Pablo Bohoslavsky.

En el centro de detención clandestina estuvo más de un mes: «En el interín reconocí algunas voces. Había dos lugares, donde estaba yo y donde había mujeres. Había una mujer a la que hacían caminar en redondo. Otra cosa espantosa era escuchar los gritos de los demás. (…) Nos decían que estábamos en ese lugar en carácter de muertos”.

«Había un muchacho grande que tenía asma y lo identifico porque trabajaba en el Seminario y yo también militaba en grupos cristianos. No sabía que él tenía militancia política, le decíamos el Negro Rivera. Lo atendían por este tema del asma. A mí también, por mi trabajo tenía conjuntivitis crónica, pedí y vino un médico o no sé qué y me puso unas gotas y por una infección en el pie también vino alguien”, aseguró Ruiz quien más adelante iba a decir que «el médico que iba a La Escuelita no me quería atender, no puedo asegurar quién era, pero en mi lugar de trabajo el médico que nos atendía era Jorge Streich”.

El testigo relató que “un día me sacan de ahí, Cruciani me dice tené cuidado que te va a venir a ver el grande. Tuvimos una charla política con alguien que no pude identificar. Los torturadores lo respetaban. También estaba el Laucha, era uno de los interrogadores. Me preguntó si era dirigente gremial, le dije que lo era y él pregunta ‘¿Y ahora?’, ahora estoy preso”. El Tío con un golpecito en la cabeza le dijo que se portara bien.

Blanqueados en el Batallón

Sin venda y ante un fotografó con una bolsa para el supermercado en la cabeza fue fotografiado de frente y de perfil. Cruciani le dijo que era para revista Chacra y poco tiempo después le comentó que no iba a ser «boleta».

A pesar del Laucha Corres que hubiese preferido que Ruiz no salga de allí, Julio, Rubén Ruiz, Pablo Bohoslavsky y uno más fueron cargados en una camioneta y trasladados.

«Nos tiran y nos dicen ‘Cuenten hasta cien’. Después pasa otro vehículo -no pasó ni un segundo- y me empiezo a desatar, llega esta gente. Nos suben a otro vehículo y vamos sentados ahí. Tenía dos bancos a los laterales, se escuchaban voces de los cuatro que estábamos ahí más otras personas. Les contamos que estábamos secuestrados».

 Les sacaron la venda y vieron a tres uniformados. Debajo del asiento en el que iba había un arma. En diagonal estaba iba uno con una pistola sobre el muslo. «La conversación era medio ridícula, surrealista», así llegaron al Batallón de Comunicaciones 181 donde los recibió  un teniente coronel.

«No sé qué les pasó a ustedes, los encontré en el Parque de Mayo. Están sin documentos y van a estar acá para averiguar por qué los encontramos ahí. Yo voy a ser el carcelero de ustedes», les dijo el militar. Era tanta la alegría de sobrevivir y la tensión que no pudieron dormir en toda la noche.

A pesar de todo, pudieron reír. Quedaron encerrados con candado en una habitación. El cuarto muchacho «tenía problemas de parálisis, una pierna dura, era de la UTN». También estaba el presidente del club Universitario.

El responsable del lugar era Jorge Enrique Mansueto Swendsen. Después de un tiempo pudieron recibir visitas.

Hoy: Consejo de Guerra

Fue el Capitán Burlando quién les comunicó que iban a ser «juzgados» por un tribunal militar. «Nos muestra un listado de posibles defensores, le digo que no conozco a nadie, dice que me puede indicar alguno».

Los «defensores» eran tenientes, Ruiz recordó sus nombres: (Alberto Ramón) Botta, (Rodolfo Tomás) Bruno y (Enrique) Sommaruga. Uno de ellos le dijo que era peronista y que no estaba de acuerdo con lo que le habían hecho. «No sabía si creerle o no. El hombre cumplió dentro de lo que se podía. No era abogado, era oficial del Ejército».

Tuvieron una audiencia previa. El presidente del Consejo de Guerra era Osvaldo Bernardino Páez, «había uno que era fiscal, rubio medio colorado». El juicio fue breve y se hizo en un lugar donde había público, era «como un cine». Estuvo el comandante del V Cuerpo, Osvaldo René Azpitarte.

Julio Ruiz, Pablo Bohoslavsky y Rubén Ruiz pudieron hablar. Fueron condenados a un año y medio de prisión. Hubo una apelación que tardó meses en resolverse. Se anuló el juicio y después recibieron cinco años.

En enero de 1977 fueron trasladaron a Villa Floresta. «En la entrada no nos tocaron, nos pusieron en un pasillo, sacaron unos presos comunes y les dieron una paliza enorme», comentó. Los dejaron en el pabellón 6 de presos políticos, dos por celda.

Julio manifestó que estaba bajo responsabilidad de Leonardo «Mono» Núñez: «Vino, me pusieron una funda de almohada en la cabeza, me llevaron a un lugar donde estaba el Tío Cruciani, me interrogaron sobre una persona que conocía. Era una situación difícil, pensé que me sacaban de nuevo y me mandaban otra vez a la parrilla».

En la cárcel escuchaba el arrullo de las palomas. «El sonido es el mismo de una persona cuando le practican el submarino», contaba mientras una paloma intentaba encontrar la salida del aula magna de la Universidad del Sur revotando contra el techo.

Un psiquiátrico al revés

En agosto del ’77 fueron llevados al sur, otra vez vendados y esposados. La bienvenida fue «una marimba terrible» y alguien que dijo «acaban de llegar a Rawson». Era como «una clínica psiquiátrica pero al revés, te enfermaba».

Pasaron poco más de un día hacinados en pequeños calabozos y luego en el pabellón 2. «Estuvimos 15 días encanutados. Había requisa todos los días, era una tortura, nos golpeaban, (…) jamás hablaron con nosotros. Tuve suerte de no ser distraído, si te olvidabas algo estábamos en manos de la discrecionalidad de los guardias».

Sostuvo que estando allí, “nos fue a ver Madueño y su secretario. Insistían en que me auto incriminara. Digo que quiero ampliar mi declaración cuando me secuestran el 19 de octubre de 1976. Comienzo a declarar y Madueño dice ‘Esto no lo vamos a poner acá. Mire Ruiz, esta causa no tiene ningún destino. Si quiere esto lo dejamos y usted va a ser sobreseído’. La fecha de esto era fines del 77, comienzos del 78”.

El 21 de diciembre de 1981 fue liberado. Se separó de su mujer y encontró un país cambiado. Un escrito del abogado Néstor Luis Montezanti le impedía ver a sus hijos, ellos decidieron quedarse con él. «Estoy en paz, sigo siendo presidente de la sociedad de fomento de mi barrio», concluyó Ruiz 35 años después de los hechos.

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