«No se puede poner en palabras»

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Gladis Sepúlveda. Foto: Oscar Livera SPNQN.

Ni el sufrimiento de los familiares de sus compañeras desaparecidas y de los bebés nacidos en cautiverio ni el dolor de haber estado tanto tiempo lejos de su patria. Gladis Sepúlveda, ex estudiante de la carrera de Servicio Social de la Universidad del Comahue y militante del PRT, declaró nuevamente en Bahía Blanca.

Brindó detalles sobre su secuestro en el Operativo Cutral Co y su cautiverio en el centro clandestino de detención y torturas La Escuelita y las cárceles de Neuquén, Villa Floresta y Devoto. Se exilió en Alemania y volvió con la democracia a empezar de cero en Tucumán.

«Yo no quería volver al Valle porque iba a ser muy triste recordar a las compañeras que están aún desaparecidas. Es como una tortura también para los familiares no saber dónde están, como así los niños que están desaparecidos. Reclamo que se pueda hacer algo, hagan lo que puedan, es un sufrimiento que no se puede poner en palabras», dijo al tribunal.

Las audiencias se reanudarán el miércoles 14 de diciembre a las 9:30 y al día siguiente en el mismo horario. Por problemas técnicos con la videoconferencia esta mañana no se pudieron escuchar tres testimonios desde Neuquén, por la tarde hubo tres declaraciones. Además de Sepúlveda, ayer se presentaron cuatro ex colimbas de la Agrupación Tropas.

«Era necesario un cambio»

Como hija de trabajadores creció escuchando los reclamos de sus padres sobre las injusticias, los magros salarios, la falta de atención de salud o la imposibilidad de terminar la escuela. Se recibió de maestra, comenzó a trabajar y para “hacer mejor mi carrera pedagógica” se anotó en Servicio Social.

«Era necesario para mí un cambio y traté de hacerlo desde el cristianismo pero no alcanzó. Cuando llegué a la universidad se abrieron otras ventanas. Servicio social en los 70 empezó a tener un cimbronazo de cambio de los que se estaban dando a nivel del mundo, cambio de estructuras, mayor participación de la gente, lograr igualdad de derechos referidos al bienestar del pueblo», comentó.

Sepúlveda y sus compañeras querían ser mejores profesionales y por eso cuestionaban el carácter asistencialista de su formación y planteaban un mayor compromiso político social. «La ideología que implicaba el cambio y el compromiso era el marxismo leninismo, conociendo la Revolución Cubana donde todos tenían acceso a la educación y a la salud y no eran un bien de mercado, era un camino a seguir».

Se acercó al Partido Revolucionario de los Trabajadores y cambió el trabajo de maestra por un puesto administrativo en la Universidad del Comahue. «Cuando vino el avance del conservadorismo en el peronismo y estuvo Remus Tetu de rector interventor, hubo una persecución a docentes y no docentes y aparecieron listas negras, era un tiempo de mucha inseguridad respecto al trabajo. Volví a la docencia y pedí una licencia sin goce de haberes. Igual fui cesanteada junto a cien personas».

A los pocos días las fuerzas de seguridad realizaron el Operativo Cutral Co. La Policía de Rio Negro la buscó en casa de sus padres y en la escuela. Como no la encontraron secuestraron a su familia. Se presentó el 14 de junio y quedó detenida por orden del V Cuerpo de Ejército.

La llevaron a la Unidad 9 donde le hicieron firmar la libertad aunque fue trasladada en avión a Bahía Blanca. «Nos amontonaron en un lugar, nos hicieron como una ronda, nos dieron un empujón y caímos unos arriba de otros. Nos sacaron de ese lugar y quedamos contra la pared, nos dijeron que nos iban a fusilar. Después nos fueron separando, vino un señor que decía ‘colaboren’, jugaba el rol de bueno. Luego me llevaron al quirófano que era el lugar de tortura. (…) Me preguntaban sobre mi participación en el gremio de la UNTER, me leyeron una lista de nombres que no conocía».

La dejaron en un sitio «donde escucho voces que piden agua, reconozco la voz de Susana Mujica y muy débilmente de Cecilia Vecchi. Con el cambio de guardia escucho los nombres de Elida Sifuentes, de Alicia Pifarré y de Mirta Tronelli».

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Mónica Morán.

El 16 o el 17 de junio se llevaron a Mujica y a Vecchi: «Escucho los insultos, los tironeos, a Mónica Morán que pedía sus lentes de contacto y la cajita. Cuando llego a Floresta en los diarios leo que ha sido muerta en enfrentamiento y ella estaba allí. Imposible».

Escuchó también a un guardia cantando «La pájara pinta» de María Elena Walsh y a Alicia Pifarré entonando «El cautivo de Til Til» sobre «el guerrillero de la libertad». «Había una chica Susana que lloraba mucho y le dijeron que se callara porque la iban a hacer jabón como los alemanes a los judíos. Aparentemente la habían detenido en una esquina, la confundieron con otra persona».

Aproximadamente el 25 de junio fue «blanqueada» en la cárcel de Villa Floresta donde quiso denunciar las torturas pero «la celadora llamó al enfermero y me dijeron que si hacia la denuncia me llevaban de nuevo a ese lugar». El 14 de diciembre la trasladaron en un violento vuelo a Devoto. «Había un régimen sumamente severo, el inspector dijo que de ahí íbamos a salir locas o muertas. No nos prohibían muchas cosas de la vida cotidiana como bordar, tejer, e hicimos todo un plan de resistencia y no salimos ni locas ni muertas».

Casi tres años después recibió asilo político en Alemania: «Que me hayan dado la libertad en otro país fue muy fuerte y muy difícil, más con una lengua que uno no conoce y más allá de que yo haya tenido todas las necesidades económicas mínimamente resueltas estaba lejos de mi trabajo, no podía ejercer de maestra… No puedo poner en palabras el sufrimiento de haber estado lejos de mi patria».

«No me pude casar en Argentina, mi compañero de vida en aquel entonces se fue a vivir a Alemania con trámites de Amnesty como integración de familia -recordó-. Volvimos un año después de asumida la democracia y volvimos a Tucumán porque allí él tenía trabajo y había que empezar de nuevo. Yo no quería volver al Valle porque iba a ser muy triste recordar a las compañeras que están aún desaparecidas. Es un sufrimiento. Es como una tortura también para los familiares no saber dónde están, como así los niños que están desaparecidos. Reclamo que se pueda hacer algo, hagan lo que puedan, es un sufrimiento que no se puede poner en palabras».

Colimbas del «Equipo de Combate»

Carlos Alfredo Soia realizó la colimba en la Agrupación Tropas durante 1976 y parte de 1977. Se refirió a una guardia que hizo con otros soldados en una vivienda de calle Chiclana. Allí pudo ver las paredes manchadas con sangre. «Había habido un operativo, se supone que alguien quedó lastimado, estaba todo revuelto, era una casa chica justo en la esquina». Los colimbas no participaban de los operativos o lo hacían cercando el lugar a tres o cuatro cuadras de distancia.

«Todos los días salíamos en camionetas Ford F100 con asientos atrás para seis personas y hacíamos patrulla por toda Bahía Blanca, a veces iba un subteniente pero por lo general un suboficial». Otras veces solía ser destinado a guardias en los puestos de control cercanos a La Escuelita o a la planta de gas.

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Pedro Cáceres. Foto: FM De la Calle.

Sobre el subteniente Pedro Ángel Cáceres recordó que «tenía varias malas costumbres, lo hacía parar a uno firme, le bajaba el birrete y con la mano en cucharita le pegaba en la oreja, no me olvido más, mala gente». También mencionó como integrantes de la Agrupación Tropas a Carlos Alberto Ferreyra y Julio Manuel Santamaría.

Jorge Fernández Avello declaró que luego de un mes de entrenamiento en el campito de la Base Baterías de Punta Alta fue destinado a la Compañía Hospital, al Equipo de Combate contra la Subversión y, finalmente, a la banda del Batallón de Comunicaciones.

Para evitar filtraciones «a la noche directamente te despertaban, te subían a una camioneta y salías a los operativos que te pedían. Había algunos en que salías con el arma sin cargar, otros con el arma cargada y con seguro y otros con el arma cargada y sin seguro».

Relató que en dos oportunidades «metieron gente» en el hueco que quedaba debajo de los asientos de los soldados en las camionetas del Ejército. «No sabíamos quién era ni nada, después la camioneta te dejaba en la compañía y seguía con las personas que estaban ahí adentro».

Una noche habían tiroteado al mayor Lenz y sacaron a toda la compañía a un operativo en El Cholo. «Había gente que paraba en la ruta y nosotros nos tirábamos 500 metros antes y 500 después. La idea era que no nos vieran. Imposible olvidar esa noche porque se nos formó una capa de hielo encima al costado de la ruta. Si alguien quería evadir el operativo se tocaba el silbato y los suboficiales salían a detenerlo».

«Esa noche matan a la mujer de un oficial o suboficial de marina. El auto llega al operativo, el hombre le muestra el TIN de marina y el soldado lo deja seguir. Un oficial que estaba delante ve que el auto sigue, no entiende la seña del soldado, cuando el auto le pasa cerca toca el silbato, un cabo pega un grito que se escapan y con un FAP le tira al auto», detalló.

El testigo afirmó que también hacían guardias en una tranquera donde concurrían coches particulares. «Normalmente un Falcon. Te decían que abrieras la tranquera y entraban. Era entre el Comando y el Batallón (…), los autos pasaban de noche».

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Emilio Ibarra. Foto: Bahía Gris.

Comentó que como denunció a un cabo por apremios que fue dado de baja por sus reiterados abusos le dijeron que para que «la pase mejor» y los suboficiales no se la agarren con él lo destinarían a «un lugar más tranquilo que es el Equipo de Combate contra la Subversión, como chofer de Ibarra. Cuando llego me pregunta ¿usted toma ginebra? No. Entonces no sirve como chofer, vaya a la cuadra».

Néstor Hugo Alfieri también hizo la conscripción en la Agrupación Tropas. Si bien habitualmente se encontraba en la sala de armas o haciendo tareas de furriel, participó de controles de población en Dorrego y en Tres Arroyos. «Consistían en cerrar los pasos, íbamos de madrugada, se pedía documentos y se hacían requisas en las casas, se pedía si tenían armas y yo como encargado de uno de los camiones de ayudante de armero las guardaba. (…) Hacíamos operativos en La Carrindanga, después nos dimos cuenta que era La Escuelita».

Mencionó como superiores a Ibarra, a Cáceres, al subteniente Masson y el sargento Villagra. El trato de Ibarra hacia los soldados «no era bueno», dependía «cómo se levantaba» y «tomaba mucho el hombre». A Cáceres le decían «la mula»: «Era difícil eh, sí, ese hombre era difícil de tratar. No era violento pero siempre estaba ahí, un carácter muy complicado, se imponía ante nosotros».

Néstor Eduardo Gallo fue destinado como furriel al Hospital Militar y luego al Equipo de Combate contra la Subversión a órdenes del mayor Ibarra y el sargento Cáceres. Del imputado Santamaría, quien fue apartado del juicio por problemas de salud, recordó enfáticamente que «era maaaaalo» y que solía «bailar» a los soldados.

«Hicimos un solo control de rutas en Tres Arroyos, fueron diez o quince minutos, teníamos que parar a los vehículos, pedirles documentos y seguíamos. Preguntamos por qué y nos dicen ‘para el cuidado del ciudadano'». Allí participaron también del allanamiento a una imprenta.

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