«No te preocupes que en tres días aparece»

vilma y enrique1Esa fue la respuesta que recibió en La Nueva Provincia, Vilma Denk, al preguntar por su esposo Enrique Heinrich, secuestrado horas antes. Tres días después la policía golpeó su puerta para llevarla a la comisaría e informarle que el padre de sus cinco hijos había aparecido asesinado en la Cueva de los Leones.

«Torturado. Lleno de tiros, atado con alambres de manos y pies. Después de eso era volver a mi casa y explicarles a mis hijos qué había pasado. Tenían entre ocho y dos años». Les dijo que el papá había tenido un accidente, que no iba a estar más con ellos. «Yo me tenía que callar la boca para que ellos no me vieran llorar», relató hace instantes en el juicio contra 25 represores que actuaron en jurisdicción de la Armada durante el genocidio.

Vilma recordó que el 30 de junio Enrique tenía parte de enfermo y se habían acostado de madrugada. Escucharon golpes y ruidos de gente saltando el alto paredón del patio. Rompieron la puerta de la cocina comedor. Entraron a la habitación cinco personas con revólveres y ametralladoras. Casi una decena de represores se quedaron en la cocina, la amenazaron con que si no se metía adentro con los pibes la mataban.

(Actualización: Al final de la nota puede escucharse la entrevista con Vilma realizada en FM De la Calle

«¿No me van a hacer daño?», fueron las últimas palabras que escuchó de Enrique.

Luego de varias horas de encierro se levantó despacio y descompuesta. Prendió la luz y vio la puerta destrozada, afuera no había nadie. Cuando clareó el día pidió prestado un teléfono y avisó que a su esposo se lo había llevado un grupo que dijo pertenecer a la Policía Federal.

Junto a sus familiares llamaron a todos lados y nadie dijo nada. Hizo la denuncia y se le rieron en la cara. Más tarde volvió y se la tomaron. En La Nueva Provincia le dijeron que su esposo no iba a ir y también se le rieron en la cara: «No te preocupes que en tres días aparece».

Tres días después una decena de policías la buscaron en su casa y la llevaron a la comisaría segunda. Un rato después la llamó un militar. ¿Sabe porqué está aquí?, preguntó el comisario. «Encontraron a mi esposo, ¿está muerto verdad?», preguntó Vilma. La respuesta ya la conocemos.

Diez o quince días después se acercó un hombre para ofrecerle trabajo. «Buscaban en los diarios, en los avisos fúnebres, y llamaban a las viudas». Se lo confirmó el comisario pero ella se negó.

En su casa seguía con las puertas rotas porque no tenía plata para repararla. Allí vivía Con su marido y los cinco hijos en una piecita. Los vecinos la ayudaron hasta que decidió volver a su pueblo, Saldungaray.

«Yo vengo acá a Bahía y mi vida se termina. Voy llegando a Bahía y me enfermo. Hemos pasado hambre, frío, de todo. Yo tuve tres ACV. He quedado paralítica. Qué necesidad de torturar, de matar, de hacer daño. Dejar solas a tantas familias como si no les importara nada. Metí a mis nietos en una burbuja. No quise que pasaran por lo que yo pasé. A los 27 años quedé sola. Sin saber nada. No le deseo a nadie el sufrimiento que pasaron mis hijos y el que pasé yo. Es muy triste», relató la testigo.

Enrique tenía 31 años cuando se lo llevaron. «Trabajaba donde hacen el diario. Era secretario general del Sindicato de Artes Gráficas. Era como un delegado. Luchaba para que los compañeros tuvieran un mejor sueldo. Era trabajo insalubre. Mi esposo llegó a tener hasta tuberculosis, por el tipo de tinta. Creo que trabajó diez años. Tenía alrededor de 18 cuando entró a laburar», recordó su esposa y destacó que «era un padre ejemplar».

Cuando fue a buscar el certificado de defunción leyó «muerte por múltiples heridas». Ni siquiera dice si fueron por balas o golpes. Sé que tenía 23 tiros. «No me olvido jamás cuando me entregaron la libreta de mi marido llena de sangre».

Vilma cree que su militancia gremial motivó el secuestro: «Hacían huelgas para pedir mejores sueldos. La dueña de La Nueva Provincia les decía ‘Ustedes sigan pidiendo que ya me las van a pagar’. Eso me contó mi marido».

«Al pedir ayuda para sus compañeros él hacía muchas huelgas. Más vale que los dueños de La Nueva Provincia muy felices no estarían con lo que estaba haciendo, si pudieran ahorcarlo lo ahorcaban. Simplemente se quedaban en el trabajo y no trabajaban. Él mucho no me contaba porque no quería que me involucrara en nada, que no supiera ni me pasara nada. A veces cuando veíamos en televisión que se encontraron un cuerpo allá o acá él me decía, ‘un día me van a encontrar a mí así’. Yo le decía que no diga eso porque estaba atrayendo la mala suerte. A él le parecía que le podía pasar eso», manifestó Denk ante el tribunal.

Jamás se acercó nadie de La Nueva Provincia a ofrecerles ayuda. Algunos compañeros de Enrique le llevaron víveres, «escondidos porque tenían miedo de que los echaran». «Nosotros éramos leprosos». Después del asesinato de Enrique «me sentí como que me estaban acorralando, por eso me fui de Bahía Blanca. Incluso hubo allanamientos del Ejército buscando armas».

«¿LNP le pagó lo que le debía a su marido?», le preguntó el juez Jorge Ferro. «Me dieron un seguro de vida y el sueldo». «¿Su marido tenía actividad partidaria?, agregó el magistrado: «No me acuerdo, pero sí sé que de la CGT lo habían amenazado a él, que él tenía que adherirse a un partido político, supongo que era peronista, si no lo mataban. Eso dijo un primo de él».

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