Otro oscuro año de justicia

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Once testimonios fueron escuchados esta semana en las primeras audiencias del juicio Ejército III tras la feria judicial. El próximo martes 21 a las 15 la perito de la Comisión Provincial por la Memoria, Claudia Berlingeri, completará la prueba testimonial de la Fiscalía y se escucharán testigos de las defensas. También habrá sesión el miércoles 22 desde las 9.

El 17 de febrero comenzará un breve juicio al comisario inspector (r) de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Gustavo Abel Boccalari. El represor estaba incluido entre los imputados del debate en curso pero su proceso fue suspendido. Los jueces Marcos Aguerrido, Pablo Ramiro Díaz Lacava y Juan Pablo Salas deberán resolver sobre la responsabilidad del ex miembro de la Sección Cuatrerismo local en el secuestro y desaparición de Julio Mussi.

Las audiencias son un antídoto público contra el negacionismo. A Colón 80 de Bahía Blanca pueden ingresar mayores de 18 años con sus DNI y estudiantes desde los 16 con permiso del tribunal. Aquí ofrecemos la reseña de las declaraciones del lunes 6 y el martes 7.

En la tierra como en el cielo

«La noche del golpe militar estaba en casa de un compañero de banca, yo era diputado provincial, y como a las dos de la mañana vienen unos vehículos del Ejército con camión, camioneta, un montón de soldados. Yo tenía mi auto con la patente oficial de la Legislatura estacionado afuera. (…) Me fui a unas casas al lado, de gente conocida, y cuando se fueron supe que estaba Raúl Guglielminetti que se llevó un bolso con un arma que usaba para defensa personal y papeles que usaba como diputado», recordó Eduardo Buamscha.

Recurrió al obispo Jaime de Nevares para averiguar por qué lo perseguían. El mayor Luis Farías dijo que «estaba vinculado supuestamente a Montoneros». Como no era así pidió aclarar su situación. La reunión fue en el regimiento con el mayor Oscar Reinhold. «Pensé que no me iban a detener», afirmó Buamscha, quince meses de cautiverio entre cárcel y centro de torturas, ocho años de exilio.

A Bahía Blanca fue trasladado en avión. Farías lo llevó desde la U9 al aeropuerto. «Me vendaron los ojos antes de subir». Lo esperaban con la pista repleta de soldados cuerpo a tierra. No sabe cuántos días pasó en La Escuelita, entre veinte o treinta. «Fui interrogado varias horas una sola vez».

Volvió del exilio a Junín de los Andes y se enteró que muchos baqueanos de la zona habían sido guardias del campo de extermino bahiense. En tiempos de leyes de impunidad e indultos «estaban convencidos de que no iban a ser juzgados». Raúl Artemio Domínguez, Gabriel Cañicul, Desiderio González, Arsenio Lavayén y José María Martínez lo escuchaban imputados por videoconferencia.

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En el pueblo se cruzó con varios de ellos y otros baqueanos como Barrera y Negrete. Martínez alguna vez le reprodujo diálogos que tuvieron en La Escuelita aunque cuando se reabrieron los juicios negó todo. «Nosotros sí que hemos pasado momentos difíciles», le dijo en un asado el «Perro Vago» Domínguez y él está «absolutamente seguro» que era el mismo «Perro» del campo de concentración.

«Estamos bastante cerca del final de la carrera. Yo fui seminarista, la mayoría de ellos son muy cristianos, yo sugeriría que si realmente quieren arrepentirse nos digan qué hicieron con los desaparecidos, con los niños que todavía no aparecen. Lo digo despojado de todo el odio que pueda creer alguno que yo tengo, si creen que dios los va a juzgar sería hora que se empiecen a arrepentir», concluyó.

Armas

En 1976 Daniel Randazzo estudiaba en la Universidad Nacional del Sur y era secretario de la Federación Juvenil Comunista en la carrera de Economía. En septiembre, mientras estaban en La Pampa, un grupo de militares encapuchados lo buscaron a él y a su esposa en la casa de su suegra.

“Nos avisan a través de un vecino lo que estaba sucediendo y logramos refugiarnos”. Al día siguiente, con su suegro y un amigo viajaron para preguntar en el V Cuerpo por qué lo querían detener. “Me dijeron en la puerta que a mí no me buscaba nadie, que me quedara tranquilo. Habían matado a Cilleruelo en los pasillos de la UNS en el 75. Volvimos a Dorrego y lógicamente no estábamos tranquilos”.

Un mes después el Ejército rastrilló el pueblo casa por casa. «Entran a la peluquería de mi papá, Salvador Randazzo, militante comunista de toda la vida, un oficial le pregunta si había armas y mi papá les dice ‘sí, acá hay armas’ y se señala la cabeza. Se volvieron locos estos milicos de cuarta».

«Secuestran a mi viejo, mi mamá y mi hermana, a plena luz del día». Lxs interrogaron en la comisaría donde Salvador preguntó al mayor Lucio Sierra por qué perseguían a su hijo y a su nuera. «Déjese de joder con la militancia, ahora no son tiempos, dígale a su hijo que me vaya a ver a Inteligencia en la calle San Martín al 100».

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El propio Sierra le dijo a Randazzo que su prontuario era «muy serio» y que para tomarle declaración lo tenía que detener. Luego de consultarlo con compañeros de militancia, Daniel volvió a la oficina de Inteligencia. «Me dicen ‘nosotros le tomamos declaración pero si alguna vez le preguntan por esto tiene que decir que fue encapuchado, que usted no sabía dónde estaba, que lo largaron a los días en el Parque de Mayo de noche”, relató.

“Estoy feliz de haber dado este testimonio en honor a mi padre, un luchador de toda la vida. En honor a Hilda Abad, mi compañera, mis hijos y los 30.000. Y hago mía la frase que dice acá afuera: El único lugar para estos genocidas es la cárcel común».

Rendir cuentas

Roberto Aurelio Liberatore es «un perjudicado más, un jubilado» que trabajaba en la fábrica de Indupa en Cinco Saltos. «La actividad mía ahí adentro creo que fue la causal de todo esto, es que yo era un representante más de la comisión interna del sindicato».

Fue detenido el 4 de septiembre de 1976: «Estuve toda una tarde en un pasillo de la Comisaría de Cipolletti. Vino gente de la guardia a ver qué estaba haciendo ahí. A la tardecita empezó el movimiento, apareció gente de civil que fueron los que charlaron con (el imputado Antonio) Camarelli, yo supe que eran policías porque uno le hizo una consulta y le dijo oficial y el oficial lo hizo callar».

Por la noche le dijeron que «iba a rendir cuentas» y lo golpearon en una oficina pequeña. Eran tres represores, uno de ellos el oficial Quiñones. Esposado y vendado lo sacaron al patio y lo metieron en un auto. Un milico lo aplastaba con sus zapatos. 17 días después «me tiraron en la vereda de la comisaría, me desenvolvió la policía y me metieron para adentro. Ahí volví a ver al comisario Camarelli».

Como Cristo en la cruz

La noche del 26 de marzo de 1977 Mario Daloff salió de su casa de Irigoyen al 200 para ir a cenar con amigos. Al alcanzar la vereda se encontró con una decena de encapuchados que lo metieron en un vehículo dentro del cual fue interrogado durante una hora. Lo acusaban de haber participado en la explosión de un silo en el puerto de Ing. White. «Creo que pensaban que era dueño de un transporte que en realidad era Dailof».

Durante varios días lo encadenaron a una cama «como a Cristo en la cruz» y lo picanearon. Buscándolo, su madre se contactó con el mayor Sierra quien le adelantó que «probablemente me liberaran cerca de semana santa». Así fue. Lo dejaron en Villa Ventana.

«A los seis años, salí a cenar con amigos y recuerdo, me quedó grabada la voz mientras me picaneaban, (…) lo escuché y dije esa es la persona que estaba mientras me torturaban. Estaba con un médico amigo y él me dijo que era el dr. (Humberto) Adalberti que creo que era parte de la Cruz Roja de Bahía Blanca y también en el Ejército», declaró.

Hermanas

Roberto Adolfo Lorenzo fue secuestrado junto al matrimonio Luis Sotuyo y Dora Rita Mercero en agosto del 76 en Bahía Blanca. «Se había recibido de Técnico Electromecánico, vivíamos en Necochea. Tengo entendido que no había sido militante pero sí tenía una idea política formada», contó su hermana Norma Beatriz.

«Había sacado su pasaje para volverse a Necochea, se fue a despedir de unos amigos nuestros, pasó por lo de Piqui y fue el secuestro. Creí que los habían matado ahí pero con el tiempo me enteré que había sido torturado en La Escuelita».

Susana Mordacini fue secuestrada el 2 de febrero de 1977 en casa de su abuela materna en Neuquén. Estaban allí de vacaciones y unos días antes sus padres viajaron de urgencia a Buenos Aires porque habían chupado a su hermana.

En un operativo al mando del subteniente Uranga la trasladaron al batallón donde la orden fue encerrarla en la Unidad 9. En la cárcel la rechazaron por mujer y menor de edad y así terminó en una alcaidía.

Un médico verificó su estado de salud y luego ingresó un hombre a supervisar. «Ni saludó pero me quedó muy grabada la cara porque era muy particular y medio me asustó». Cuando comenzaron los juicios lo vio en el diario, era el jefe de la Policía de la Provincia de Neuquén, Osvaldo Laurella Crippa.

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El cautiverio de Mordacini continuó en algún centro clandestino de Buenos Aires donde la interrogaron sobre las actividades de su hermana.

Otros testimonios

El obrero Martiniano Ángel Urquiza trabajaba en la construcción de un acueducto cercano a Grünbein donde habían asesinado recientemente a dos personas. Fue requerido por la policía como testigo en el lugar de los hechos.

“Eran dos cuerpos atados de pies y manos, con una cinta de cortina de enrollar. (…) Tenían marcas chiquitas, redonditas, eran marcas uniformes. Para mí eran quemaduras de cigarrillo. Tenía aureolas circulares pero más grandes. Para mí era de electricidad” declaró.

Agregó que en la sede policial el oficial se dirigió al comisario diciendo “acá están los testigos del robo”. Más tarde preguntó de quiénes eran los cadáveres y el comisario respondió: “Son guerrilleros que se matan entre ellos”.

Elvia Florentina Toledo es viuda del militante comunista Ángel Enrique Arrieta, asesinado en agosto del 76. Vivía en Cipolletti con la hija de ambos aunque su esposo solía estar con su hermano en Neuquén. «Estaba en el ferrocarril, creo que tenía militancia pero yo nunca participé en absoluto. No sé lo que hacía afuera, también le gustaba tocar la guitarra», respondió. Elvia Arrieta dijo más tarde que se enteró «cuando iba a terminar la primaria de lo que había sucedido», que su mamá le «comentó que (su padre) estaba metido en el comunismo (…) no me hablaba mucho de eso».

También declararon los ex conscriptos de la «compañía antiguerrilla» Héctor Agustín Cristiani -para quien «la mula» Cáceres y el mayor Ibarra eran los superiores más temidos- y Oscar Alberto Piñeiro.

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